Al iniciar nuestra relación con Cristo comprendemos que como hijos de Dios, nos hemos convertido en templo del Espíritu Santo – en alma, cuerpo y espíritu- ya que Él vino a habitar en nosotros. Es debido a esta realidad en nuestras vidas, que es importante entender que el matrimonio no es solo una unión de amor entre un hombre y una mujer, sino que también, implica un crecimiento y una expansión de nuestras vidas.
El matrimonio no es solo una unión de amor entre un hombre y una mujer, sino que también, un crecimiento y expansión de nuestras vidas.
La Biblia nos enseña en Eclesiastés 4:9 que «mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo», y esto se aplica especialmente en el matrimonio. Como resultado de unirnos en matrimonio deberíamos convertirnos en mejores personas. Transformándonos en personas doblemente ungidas, con mayor propósito, más fuertes, con más visión, más sabiduría e inteligencia. Ampliando así nuestras virtudes, cualidades, dones y talentos que Dios nos dio. Esto quiere decir, que cada vez que alguien contrae matrimonio es como si ampliara su casa, al ampliar esta casa lo que estamos haciendo es ampliar nuestro templo, que es la habitación del Espíritu de Dios.
Al hombre Dios le dio el deber de cuidar y amar a su esposa como Cristo ama y cuida a la iglesia; esto quiere decir que debe amarla con un amor sacrificial. Debe ser un ejemplo y un modelo a seguir. No debe gobernar su casa por la fuerza, sino más bien a través del respeto y la admiración que su familia siente por él -a raíz de su estilo de vida-. Por otro lado, Dios le otorgó al hombre el derecho de ser respetado y valorado como cabeza del hogar; él es el proveedor, protector y responsable de su casa. Delante de Dios, es el representante legal de su familia y es parte de su responsabilidad mantener a su familia unida, en orden y en la voluntad de Dios.
Por su parte a la mujer le fue dado el deber de ser la líder de sus hijos y de su hogar. Sería un error creer que el trabajo de la mujer en el hogar es hacer las tareas domésticas como lavar, planchar y cocinar. El rol de la mujer es mucho más relevante que eso; la mujer es la que define el carácter espiritual de los hijos, ella es la que les entrega las herramientas y las armas que ellos necesitan para abrirse paso en la vida y lograr los más elevados objetivos. Su deber es sujetarse con amor a su esposo. La sujeción no es igual a sometimiento como en algunas religiones se le exige a la mujer. Someter es dominar por la fuerza, implica la mayor parte del tiempo dejarse dominar por miedo o por manipulación. En cambio, sujetarse es estar aferrado a alguien que me sostiene, que me da seguridad, confianza y estabilidad. Cuando una mujer se sujeta con respeto y amor a su esposo demuestra tener un matrimonio sólido y estable. Esto revela el gobierno de Dios sobre su familia a todos los que la rodean incluyendo a los enemigos espirituales. Los derechos que Dios le dio a la mujer es ser amada, protegida, reconocida y honrada.
El hombre que encuentra a la mujer correcta, encuentra la ayuda idónea con la cual puede lograr cosas que por sí solo jamás alcanzaría. La mujer que encuentra al hombre correcto encontró seguridad y al amor de su vida.
Jamás debería existir la guerra de sexos o las luchas de poder dentro del matrimonio.Si existe una pelea en un matrimonio nadie gana aunque uno de los dos crea que salió venciendo. El matrimonio es una sociedad indisoluble, donde la ganancia de uno repercute en el bienestar de ambos, y si uno pierde, ambos resultan perjudicados.
Los matrimonios pueden discutir, mas no pelear. Discutir es igual a debatir sobre un tema desde diferentes puntos de vista buscando el bien de la unidad. En cambio, pelear es contender o combatir buscando un beneficio particular sin importar los costos, que lamentablemente en la mayoría de los matrimonios combativos o peleadores termina en la ruptura de la unidad. La Biblia nos enseña que Dios aborrece el divorcio (Mateo 19:9), dicho en otras palabras, Él detesta ver esa casa que se construyó con tanto trabajo y esperanza, derribada y en ruinas.
Un matrimonio que se complementa bien tiene éxito en todo lo que hace. Si un matrimonio está bien constituido, esto es, sobre la base del respeto, la pasión, el amor y un propósito en común, al igual que una casa bien construida nada podrá derribarlo. Sus vidas estarán llenas de paz, primero en pareja y luego como padres.
Cuida tu matrimonio y si aún no lo tienes, escoge bien quién te acompañará por el resto de tu vida. No elijas solo con tus ojos o con tu corazón, sino más bien, pídele al Espíritu Santo que te ayude a elegir bien, él siempre nos guía a toda verdad y a toda justicia si somos pacientes.