En la vida solemos perseguir metas que nos ayudarán a obtener los recursos necesarios para alcanzar una vida más digna o confortable. Y aunque a veces nos sintamos agotados, desanimados o muchas veces deprimidos, de igual manera nos levantamos todos los días para cumplir con esas responsabilidades. Ya sea en el trabajo, universidad, los estudios o cualquier otra labor. Incluso, en aquellos días que nos pueda faltar las fuerzas, porque usamos algo que se llama “pasión”.
La palabra “pasión” tiene su origen del latín passio, que significa «sufrir» o «padecer». Es la acción de padecer por amor o sufrir por una causa. Esto lo podemos ver reflejado de manera cotidiana en la familia, donde el amor por los hijos, o por nuestra esposa, es casi interminable. Creo que cualquier padre, madre o persona que esté vinculado a otro, y ese otro, dependa de su sustento, se levantará a cumplir con dicha responsabilidad. Aunque se encuentre sin ganas, cansado, frustrado o sintiéndose sin esperanza. Lucha con tal de proveer un sustento para la persona que ama. A esto llamamos pasión. Se trata de la disposición del corazón a padecer y sacrificarse por un objetivo.
Servir a Dios implica dejar de servirse a sí mismo, muchas veces dejar de participar de aquellas cosas que son únicamente beneficiosas para nosotros, con el propósito de estar al servicio de Dios.
Lo mismo aplica en nuestro servicio al Señor. Servir a Dios implica dejar de servirse a sí mismo, dejar muchas veces de participar de aquellas cosas que son únicamente beneficiosas para nosotros, con el propósito de estar al servicio de Dios. El ideal bíblico es que toda nuestra vida esté al servicio del Señor y este se debe hacer manifiesto, en otras palabras; no es algo que se queda en el anhelo. Cuando servimos al Señor hay evidencias tangibles de ese servicio.
El propósito de nuestro servicio al Señor siempre debe ser espiritual, produciendo vida en los demás, porque anunciamos las virtudes de Aquel que no llamó de las tinieblas a su luz admirable. Por esto, cuando servimos no buscamos reconocimiento o aplausos. Nuestro premio y alegría radica en el servicio mismo. Servimos en todo momento, cuando nos encontramos enfermos, en pobreza, cuando me siento herido. Sirvo desilusionado, en conflictos profundos de mi alma o en vacíos de mi interior que a veces son insondables. Es en este punto, también, donde nuestras emociones deben ser gobernadas por la “ pasión”, porque tengo un objetivo que debe cumplirse a como dé lugar. En palabras sencillas, yo sirvo, siempre sirvo, porque entiendo que el servicio es la mayor expresión de santidad delante del Señor.
Para servir, yo tengo que estar limpio, no puedo servir con una mochila llena de pecados sin confesar, o una vida de actividad pecaminosa. Entendemos de plano que el servicio bíblico es santo, porque es una obra dedicada a Dios donde no se busca nada para sí mismo.
El servicio bíblico es santo, porque es una obra dedicada a Dios donde no se busca nada para sí mismo.
Sin embargo, es posible que un creyente pierda la pasión por servir al Señor, esto ocurre, sencillamente, porque no estamos sirviendo realmente a Dios. En el libro de Mateo Jesús nos enseña:
«Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana». (Mateo 11:28-30 NTV)
En este pasaje cuando el Señor habla de cargas, se refiere a tribulaciones, ansiedades, angustias, miedos o cargas emocionales que pudieramos llevar; esto incluye el dolor o perturbación que produce la esclavitud del pecado en la vida del creyente. Sin embargo, el pasaje no se detiene ahí, Jesús continúa hablándonos de un yugo. Pero qué es un yugo y por qué el Señor usa esta palabra. Tenemos que detenernos aquí y hacer énfasis en esta palabra, porque no es Aristóteles con una filosofía quien nos está hablando, está hablando Dios, por ende, esta palabra encierra una revelación poderosa.
El yugo es un instrumento que se utiliza para unir a dos bueyes, por lo general es una pieza alargada de madera que se ajusta a la cabeza de ambos animales para que puedan tirar en conjunto. El yugo es utilizado para sujetar a un buey joven, que por la intervención humana pierde la capacidad de producir independencia cuando es castrado. Entonces, el agricultor une a este buey joven con un buey viejo; que ya es manso y es capaz de obedecer órdenes basado en su experiencia, de manera que el buey joven pueda aprender y no se desvíe del camino.
Del mismo modo, esta enseñanza ilustra cómo Dios nos libera de nuestra propia voluntad, al pedirnos que echemos nuestras cargas sobre él; nuestros pecados, ansiedades, angustias, sueños, etc. Para luego poder llevar su yugo, que es la voluntad del Padre. Pero esto no es todo, el Señor continúa diciéndonos «déjenme enseñarles», porque así como el buey debe aprender a obedecer por la ayuda de otro buey, el Espíritu Santo es nuestra compañero, quien nos ayuda a obedecer y sabe perfectamente cómo guiarnos. Esta vida es para que la vivamos atados a él, porque él es manso y humilde, no nosotros.
Por lo tanto, el Señor nos pide que le entreguemos nuestra voluntad, tomemos su yugo y nos dejemos enseñar. Porque él es humilde y tierno de corazón, solo así encontraremos descanso para nuestras almas.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando no obedecemos a la guía del Espíritu Santo?. Nuestra alma se cansa. Y es aquí, precisamente, donde encontramos el segundo motivo por el cual el creyente pierde la pasión; el cansancio del alma. Cuando no permanecemos unidos a Cristo, no podemos dar fruto. Por consecuencia somos incapaces de ser mansos y humildes por nuestros propios medios. La humildad no nace de nosotros mismos, es él quien nos empuja a la humildad, por esto nos cansamos, porque tratamos de hacer en nuestras fuerzas aquello que se nos es imposible.
El Espíritu Santo es nuestra compañero, quien nos ayuda a obedecer. Sabe perfectamente cómo guiarnos. Esta vida es para que la vivamos atados a él, porque Él es manso y humilde, no nosotros.
Por otro lado, las escrituras nos muestra que, podemos estar cansados o fatigados en nuestro cuerpo natural, pero nuestro espíritu se renueva cada día, como dice el apóstol Pablo:
«Es por esto, que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día» (2 Corintios 4:16).
Un hombre que esté lleno del Espíritu Santo podrá analizar su vida, y evaluar si realmente está viviendo en Cristo o no. Los resultados de vivir unidos a Cristo se reflejan en una vida llena de fruto, donde ese fruto es abundante y permanece. Concluyo con esta pregunta, ¿Estás ganando almas para el Señor?. Te lo planteo de otra manera ¿Estás produciendo bienestar, energía, salud, gozo para la iglesia de Cristo? Si no es así, ¿Estás trayendo preocupación, pesar o conflicto? Si tu caso es el último, usted está desenyugado hace mucho tiempo.



